miércoles, 19 de diciembre de 2018

Un Bonaparte en el Trono Español

Un 23 de Diciembre de 1808, escoltado por fuertes medidas de seguridad y protegido por militares franceses, tomaba posesión del Trono de España el Rey José I, hermano del emperador francés Napoleón Bonaparte.

La pregunta es: ¿Cómo llegaron los derechos sobre La Corona Española a los Bonaparte? Para contestar a ésta pregunta hemos de retrotraernos al año anterior -Octubre de 1807-, cuando España y Francia firmaron el Tratado de Fontaineblau, cuyo objetivo era la invasión, desmembramiento y reparto de Portugal. Manuel Godoy, valido del entonces Rey de España -Carlos IV- y máximo representante del Estado, rubricó junto a Napoleón el pacto militar, buscando en último término ascender Él mismo a la categoría real, reservándose para sí un trozo del pastel (Godoy exigía a cambio de la alianza un principado independiente en el Algarve Portugués, y ser nombrado Príncipe del Algarve).

Por aquel entonces, poco imaginaba el Valido que sus pretensiones nunca serían satisfechas.


Manuel Godoy

Con el Tratado de Fontaineblau las tropas francesas tenían permiso oficial para cruzar los Pirineos y dirigirse a territorio portugués, pero desde los primeros compases del operativo algo empezó a despertar los recelos del pueblo español: las tropas francesas se apostaron en ciudades clave y tomaron posiciones estratégicas. No solo eso, además comenzaron a cometer abusos y perpetrar desmanes deliberadamente, alimentando un odio creciente. Pero mientras el pueblo miraba con desconfianza al "aliado francés", el Gobierno y el Ejército Español se sumaban alegremente al acoso del vecino luso. En Noviembre de 1807, un mes después de sellar la alianza franco-española, Portugal quedaba oficialmente ocupado. La Familia Real Portuguesa tuvo que huir precipitadamente rumbo a Brasil.

Lo que ocurrió los siguientes meses es algo que aún hoy se debate históricamente. En lugar de proceder a ejecutar la siguiente fase del Pacto (el reparto de Portugal), las tropas francesas de invasión se convirtieron en tropas de ocupación. No solo eso: pese a que teóricamente las operaciones habían concluido, un reguero de militares siguió cruzando los Pirineos, viniendo a engrosar las filas galas ya existentes en suelo español. Al apostarse en ciudades clave como Burgos o Barcelona, el temor se mezcló con las suspicacias y el propio Godoy comenzó a desconfiar de las verdaderas intenciones de Napoleón, aconsejando a la Familia Real Española que siguiese el ejemplo Portugués y se embarcase rumbo a América. ¿Existía acaso un Tratado Secreto entre Godoy y Napoleón?; ¿O se trató de una iniciativa unilateral francesa?. No existen constancias, sólo conjeturas.

Lo que sí sabemos es lo que ocurrió: las fricciones entre el pueblo español y el ejército de ocupación francés no dejaron de crecer, alimentadas por los abusos y atropellos que cometían los militares, mientras el Gobierno y el Ejército Español miraban hacia otro lado. La Corona, por su parte, tenía sus propios problemas: simultáneamente a la Invasión de Portugal se produjo La Conjura del Escorial, un proceso que reveló que el Príncipe Fernando conspiraba para derrocar a su padre, Carlos IV, y proclamarse Él mismo Rey. Aunque el proceso acabó en reconciliación entre Monarca y Príncipe Heredero, no evitó la imagen de inestabilidad y de ruptura interna de La Corona, detalle que no escapó a los ojos interesados de Napoleón.

Siguiendo con la escalada de tensión, en Marzo de 1808 se produjo el Motín de Aranjuez, motivado por las políticas de Godoy y -parece ser- auspiciado por el propio príncipe Fernando, principal interesado en crear altercados e inestabilidades que desplazasen al Valido y facilitasen su ascenso al poder. Un pueblo madrileño iracundo y enfervorizado buscó a Godoy, que se escondió pero fue finalmente descubierto y linchado por una turba enfurecida, que le trasladó a una celda mientras le propinaba golpes. La captura y caída de su Valido afectó profundamente al Rey, que inmediatamente abdicó en su hijo Fernando (que pasaría en ese momento a ser Fernando VII).

Una de las primeras maniobras del Nuevo Monarca fue recibir en Madrid al General Francés Murat, a quien todavía consideraba aliado. Las continuas fricciones entre españoles y franceses parecían no hacer mella a nivel institucional, y las labores de Gobierno continuaron su cauce colaboracionista, pese a los evidentes estallidos violentos que salpicaban la geografía española. Para colmo Carlos IV, asustado tras lo ocurrido a Godoy y sin fiarse de su propio hijo, pidió auxilio a Napoleón y se puso a su plena disposición, siendo acogido por el Emperador en Francia en el mes de Abril de 1808. Ante la ventaja de tener literalmente en sus manos al Rey emérito, Napoleón urdió un plan para hacer legal un traspaso de poder de los Borbones españoles a los Bonaparte. Convocó en Bayona a la Familia Real Española al completo, con la excusa de servir de intermediario entre padre (el emérito Carlos IV) e hijo (Fernando VII), esperando el momento de tener bajo su custodio al linaje al completo para realizar las maniobras oportunas.

Y el día 2 de Mayo, se formó. El detonante del Levantamiento fue el intento de trasladar al Infante Francisco de Paula (en ese momento solo quedaban ya dos miembros de la Familia Real Española en suelo español). El pueblo supo interpretar lo que significaban los traslados, y temía por su soberanía. Cientos de madrileños y madrileñas se dirigieron a las puertas del Palacio Real para impedir que se llevasen al Infante. Ante la obstaculización impuesta por la muchedumbre, el General Murat ordenó abrir fuego: las descargas mataron a numerosos madrileños.

Fue la gota que colmó el vaso, y la violencia se desató: desde piedras a maceteros, cualquier objeto era susceptible de convertirse en arma arrojadiza. La multitud se lanzó a un enfrentamiento desigual contra los armados y pertrechados soldados franceses, en una batalla campal desorganizada y caótica, protagonizada por ciudadanos cuyo único factor común era el odio al francés. Mientras ésto ocurría en las calles, las autoridades españolas, incluyendo al ejército español (dirigido por el Capitán Negrete) guardaban un vergonzoso silencio. Pasivamente, se convirtieron en meros espectadores del desequilibrado pulso entre la sociedad civil española y el ejército de ocupación francés.

El día 3 de Mayo la situación no mejoró. Las tropas francesas, en un intento de escarmentar y ejemplarizar, llevaron a cabo los fusilamientos de los que consideraron instigadores y protagonistas del Levantamiento del día anterior. Pero lo que se consiguió fue el efecto contrario: lejos de aplastar al movimiento, levantó una ola de indignación que provocó que Madrid fuese vista como ejemplo a emular. Ese mismo día el alcalde de Móstoles, desoyendo las llamadas a la sumisión de las autoridades, declaró la guerra a los franceses en su ciudad, convirtiéndose en la chispa que prendería en muchas urbes españolas -que fueron sumándose al manifiesto-, dando comienzo así la Guerra de Independencia Española.

El Tres de Mayo, by Francisco de Goya, from Prado thin black margin.jpg
Fusilamientos del 3 de Mayo, por Francisco de Goya

El devenir de los acontecimientos no pasó desapercibido en Francia, y Napoleón supo aprovechar la inestabilidad española en beneficio propio, poniendo en marcha su estrategia. En primer lugar consiguió que Carlos IV firmase un documento declarándole a Él, a Napoleón -y no a su hijo Fernando- heredero de los Derechos Sucesorios. En segundo lugar se entrevistó con Fernando para convencerle de que revocase la abdicación de su padre y le devolviese La Corona, ocultándole astutamente el documento conseguido previamente, por el cual el beneficiario ahora sería Él. Así, el 5 de Mayo de 1808 Napoleón Bonaparte se hizo con los documentos necesarios para reivindicar como suyo el Trono de España.  

No obstante, Napoleón no quería la Corona Española para sí: su idea era un Imperio Francés orbitado por potencias aliadas. Así que eligió para ceñirla a su hermano José, nombrado José I de España en el mes de Junio, y desplazado a suelo hispano en Julio. Ni que decir tiene que la imposición de un rey, en mitad de una guerra contra quien lo imponía, debió ser chocante, profundamente ofensivo e irritante para la sociedad española. Las revueltas se sucedieron sin parar y el clamor popular impidió que pudiese hacer efectiva su soberanía. Tal era el rechazo que José tuvo que pedir auxilio a su hermano, y solo la intervención armada del Emperador pudo imponer, por la fuerza, la toma de posesión del Trono un 23 de Diciembre de 1808, en mitad de un ambiente de tensión máxima. El reinado de José I, "Pepe Botella" para los que le vilipendiaban, sería una guerra constante. Literalmente.


José I, Rey de España 

La Guerra de Independencia Española, que culminó con la proclamación de la Primera Constitución Española (1812) y la expulsión de José I (1813), partió de una alianza para invadir y desmembrar al vecino portugués... y casi acaba con España. Las alianzas militares siempre son delicadas, y si el objetivo es destruir a un tercero el juego se hace muy peligroso. Pero en éste desequilibrio de fuerzas se manifestó que el auténtico protagonista histórico no era Napoleón; ni su hermano José I; ni los reyes españoles Carlos IV o Fernando VII;... era el Pueblo Español. Las guerras se convirtieron en un complejo proceso a través del cual los españoles concibieron el concepto de Soberanía, y entendieron que no debía ser algo impuesto, sino residir donde ellos decidiesen que residiera. Por ello, no deja de ser cuando menos paradójico que ésta toma de conciencia se produjese simultáneamente a la destrucción de otra soberanía: la portuguesa (a manos de las autoridades políticas y militares franco-españolas). Una contraproducente intervención que se rebeló contra sus instigadores, desatando la indignación y la ira de un Pueblo que castigó a franceses y a españoles "afrancesados" por igual.

Porque el Pueblo es Soberano. Y desde 1808, lo sabe.