lunes, 6 de noviembre de 2017

La Reina Cautiva

Tal día como hoy, 6 de Noviembre, nacía en Toledo la que fue la primera Reina nominal de lo que hoy conocemos como España. Corría el año 1479, y el joven Estado resultante de la unión de Castilla y Aragón (personificado en el polémico enlace de sus respectivos titulares, Isabel y Fernando), abría las puertas a la Europa de la modernidad.

España era aun un territorio que, en muchos aspectos, no podía compararse con sus homólogos europeos. Pero el Matrimonio Real emprendió una política económica, territorial, social, religiosa y militar que transformó el país en unas décadas, colocándolo a un nivel capaz de codearse con las potencias continentales. Todo ello unido a una estrategia matrimonial cuyo objetivo era el aislamiento europeo de su potencial enemigo, Francia, mediante enlaces con diferentes casas reales del continente que, cual tela de araña, envolviese al País Galo y lo sumiese en el ostracismo político y diplomático. En ese sentido sus hijos fueron meros peones en una partida de ajedrez, donde España se jugaba su posición en el concierto internacional.
    
Juana fue Infanta de Castilla por nacimiento, pero la Corona Castellana quedaba lejos para ella. Educada según los cánones de la época se le proporcionó una esmerada formación acorde a su posición, aunque con las evidentes carencias inherentes a un hecho dual: en primer lugar no se esperaba que gobernase pues era la cuarta en la línea sucesoria; y en segundo lugar era mujer. Fue por ello enviada a Flandes y casada con Felipe, hijo del Emperador Maximiliano I. Los españoles sellaban con el enlace la importante alianza con el Sacro Imperio Romano-Germánico.  

Pero en la Historia no hay que dar nada por sentado, y tras las trágicas muertes de su hermano, su hermana y su sobrino, directamente se convertiría en 1504 en Soberana de Castilla, a la muerte de su madre Isabel La Católica. En Castilla, al contrario que en Aragón, no imperaba la Ley Sálica (que impedía reinar a la mujer), por lo que la sucesión fue directa. Pero 12 años después la muerte llegó también para Fernando quien, sin heredero varón y quizá en un último intento de resarcirse con su hija (unido al deseo de alejar la Corona Aragonesa de manos indeseables), declaró única heredera Soberana de Aragón a Juana I, convirtiéndose así en la titular de ambas Coronas. En otras palabras, La Primera Reina de España. 


Desgraciadamente lo fue únicamente a título nominal y no efectivo. Juana apenas rozó el poder. Su marido, su padre y su hijo se turnaron para anularla políticamente, aludiendo a su tastorno para justificar la Regencia de Cisneros a la espera de la mayoría de edad de su hijo y heredero Carlos. 

Juana I de Castilla, conocida comúnmente como "La Loca", es una triste figura histórica que (hoy parece demostrado) fue un instrumento de poder en manos de su padre y su marido primero, y de su hijo después. Ellos, argumentando presunta locura y trastornos mentales varios encerraron y mantuvieron cautiva a la Reina legítima durante nada menos que 46 años (por un breve periodo estuvo acompañada por su hija pequeña, la infanta Catalina). No ayudó en el proceso su indiferencia religiosa, pues la hija de Los Reyes Católicos mostraba una antipatía por la Iglesia inadecuada para su época y posición. Presa e indefensa, fue maltratada física y psicológicamente por ser una mujer poderosa en un mundo de hombres. Su marido Felipe (el Hermoso) hasta 1506, su padre Fernando (el Católico) hasta 1516 y finalmente su hijo el Emperador Carlos I se turnaron para ningunear a la legítima soberana, cuyo poder usurparon y tomaron en virtud de la presunta discapacidad mental de Juana, que no pudo defenderse. Su hijo incluso la obligaría a tomar los Sacramentos Religiosos bajo amenaza de tortura física (cuando no directamente aplicándola). 

En 1520 un levantamiento comunero tomó al asalto su prisión en Tordesillas e intentó devolver a la Reina al lugar que le correspondía: el trono de España. La Reina, tras una fugaz tentativa de retomar el mando, rápidamente rechazó la propuesta de liderar la revuelta, pues estaba temerosa de las represalias que vendrían de su hijo y carcelero, El Emperador. Moriría encerrada, anulada y recordada como Juana La Loca, aunque quizá la historiografía debería hacerle justicia llamándola Juana La Cautiva. Nunca tuvo el arrojo de su madre ni fue tan resuelta, aunque existen enfrentamientos documentados con Isabel la Católica, testimonio de que tenía carácter y opinión propia independiente de la de su madre. Quizá su mayor error fue no saber separar su vida privada de la política, mezcla explosiva que dio pie a varios estallidos de furia por las continuas infidelidades de su esposo, abandonando el recato y la compostura que se le exigía y demostrando un carácter pasional. Atributos que, unidos a su condición de mujer, resultaron fatales para su destino.

Juana fue recluida y (por muchos) olvidada. Pero pese a las acusaciones sobre su estado mental, nunca le fue retirado el título de Reina, por lo que siempre su firma fue imprescindible en documentos oficiales. Fue lo único para lo que la necesitaron, y fue lo único a lo que Ella se negó a renunciar: Su Identidad.

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