lunes, 1 de octubre de 2018

Las urnas, en femenino plural

Hasta un día como hoy, 1 de Octubre, no se reconoció el derecho de las españolas a votar.

La II República, dentro de su profunda labor de reforma social, económica, agraria y política, abordó sin demora la cuestión del sufragio femenino. Era el año 1931 y España se aventuraba en el desconocido camino del progreso social. Pero al igual que ocurre en la naturaleza (donde nada puede crecer fuerte si el terreno no está abonado), una sociedad puede resultar incapaz de asimilar avances a pasos agigantados,  si su base y sus cimientos son débiles. Una población donde el analfabetismo era generalizado, mayormente agrícola y rural; un país subdesarrollado cuyas infraestructuras estaban desorganizadas y sin una industrialización capaz. Ese fue el punto de partida. Y aunque el camino trazado estuvo colmado de las mejores intenciones y voluntades, los pulsos políticos y las convulsiones sociales pronto darían a la Joven República sus quebraderos de cabeza.

El sufragio femenino era un compromiso de La República con las españolas. Pero su aprobación no estuvo exenta de debate. En las Cortes solo había tres mujeres, y serían dos de ellas las que protagonizaron los más airados enfrentamientos: una, a favor; otra, en contra.

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Clara Campoamor ha sido inmortalizada en la Historia como la mujer que consiguió que se aprobase el Artículo  Constitucional que permitió votar a las españolas, y ciertamente fue quien defendió la concesión de éste derecho universal sin cortapisas ni demora.

Victoria Kent, por el contrario, se negaba a conceder (al menos por el momento) el voto a las españolas. Pero es necesario entender su argumentación para defender su postura: según Victoria, el voto era un derecho, sí, pero era necesario antes de ejercerlo poder poseer una cultura política previa y una formación mínima necesaria para, de esa manera, estar en virtud de aplicar un criterio. Las españolas -tradicionalmente alejadas del mundo académico y científico, relegadas históricamente por una sociedad machista generalizada a las labores domésticas y familiares-, no estaban preparadas aún, según Victoria, para votar. Antes de eso era necesario garantizar aspectos como la escolaridad de las niñas, la formación femenina en política y la conciencia necesaria para enfrentarse al debate político, estando en posesión de las herramientas intelectuales y académicas que tradicionalmente le habían sido negadas a la mujer. Apostaba, por tanto, por posponer la aprobación del voto femenino hasta que éstas condiciones fuesen garantizadas como mínimo al nivel de sus homólogos masculinos. Para votar hay que entender lo que se está votando y sus implicaciones.

La votación, el 1 de octubre de 1931, se saldó con 161 votos a favor y 121 votos en contra. El sufragio universal quedaba instaurado en España. Las mujeres podían votar.


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Este derecho sería tangible por vez primera el 19 de noviembre de 1933, cuando se abrieron los colegios electorales y españoles y españolas acudieron a la llamada de las urnas. Las repercusiones del resultado de aquellas elecciones, en las que votaron casi siete millones de españolas, se debaten aún hoy día. El escrutinio se saldó con el triunfo indiscutible de la derecha y la derrota de la izquierda republicana. La derecha, ahora en el poder, se dedicaría en lo sucesivo a desmontar los sufridos avances conseguidos; y la izquierda, ahora fuera del poder y ante la histeria por la sombra de la amenaza del fascismo, abrazó el radicalismo. Las consecuencias son por todos de sobra conocidas: en 1936, un intento fallido de golpe de estado militar derivó en Guerra Civil.

La cuestión es: ¿tuvo repercusión el voto femenino sobre la victoria de la derecha en las elecciones de 1933? Los historiadores se debaten entre aquellos que defienden la postura de Victoria Kent, aludiendo un voto femenino en masa a la derecha católica, tradicional y conservadora; y los que, con base en censos electorales y resultados, se postulan partidarios de culpar a la izquierda como única responsable de su propia derrota. Al fin y al cabo la derecha se presentó en bloque a las elecciones mientras que la izquierda lo hizo desunida (al contrario que en 1931, cuando se proclamó la II República).

En definitiva, e independientemente del resultado y sus repercusiones posteriores, hay que subrayar el argumento de Victoria. A veces incomprendida por su propio género, tachada de querer negar un derecho a sus propias compatriotas, realzar su auténtica intencionalidad es necesario. No quería privar a nadie de ningún derecho fundamental, ni subyugar la mujer al varón siendo ella misma mujer. Únicamente buscaba la equiparación y la igualdad, pues a la hora de hacer valer un derecho es vital que todos los que reclaman su aplicación lo haga en igualdad de condiciones. Buscaba sacar a la mujer de su corsé social, y liberarla del ostracismo político y académico. Sería entonces cuando verdaderamente se votaría en conciencia y consecuencia. Y esto es, y debe ser, Universal.

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